Hace poco pregunté a mis seguidores de Instagram qué deseaban para ellos mismos y si tenían miedo. Me siento muy afortunada y muy agradecida porque muchos decidieron confiar en mí y contarme lo que les bullía por dentro con mucha honestidad. Los resultados eran muy iluminadores.
Casi todos deseaban alcanzar la paz mental, la comodidad dentro de sí mismos, y encontrar a una persona con la que pudieran conectar a un nivel profundo. Ésa fue la palabra más utilizada: conectar. (Y es una palabra que me encanta.) Conectar implica abrirse al intercambio y establecer un diálogo donde haya tanto el encuentro del otro como de uno mismo.
Respecto al miedo, la respuesta fue unánime: todos tenían miedo. Miedo a no encontrar esa conexión—es decir, miedo a ser rechazados al mostrarse tal cual eran; miedo a la pérdida de esa conexión.
Cuando hice esas preguntas…era de esto de lo que quería hablar: de la relación entre deseo y miedo. En nuestro interior todos (o casi todos) albergamos el deseo de abrirnos al mundo, de darnos a conocer, y tenemos la esperanza de encontrar a personas que nos reconozcan y nos quieran por ser exactamente quienes somos. Sin embargo, también tenemos muchísimo miedo a abrirnos y encontrar rechazo, desinterés…
Sin embargo, la conexión no puede producirse sin ese momento de apertura: si no nos exponemos y nos atrevemos a ser vulnerables. Si nos quedamos encerrados por miedo al posible rechazo…en realidad conseguimos justo lo contrario: desconectarnos del mundo y de nosotros mismos.
Ante todas las experiencias de la vida sólo caben dos opciones: o la apertura o la clausura: o el atrevimiento o el miedo. Sin la vulnerabilidad—sin el valor de exponernos al daño—nunca lograremos experimentar nada, ni conectar con nada. Ahí está la pregunta interesante: ¿te atreves a ser vulnerable? ¿Tu deseo es más grande que tu miedo?